La relación de apego: un puente hacia la confianza

apego seguro

   En los últimos años hemos oído  hablar mucho sobre la importancia del  apego seguro. ¿Pero sabemos realmente qué es? ¿Entendemos su significado y las implicaciones que tiene?

   Antes de adentrarnos en estos terrenos, conviene señalar un error que frecuentemente es cometido desde algunos sectores de divulgación no profesionales y que consiste en hablar de la relevancia de criar con apego. Como veremos más adelante, el apego se da siempre y en todas las relaciones entre bebés y cuidadores. Lo que varía es el tipo de apego que se crea en esta díada. Por esa razón tan sencilla, tiene poco o ningún sentido hablar de crianza con apego, ya que no es algo que pueda no darse.

¿Cuáles son los orígenes de la Teoría del Apego?

   Tenemos que remontarnos a finales de la década de los 50 para encontrarnos con las aportaciones de Jhon Bowlby, psiquiatra y psicoanalista británico, profundamente influenciado por las aportaciones de la etología (estudio de las especies animales en su medio natural, incluyendo, al ser humano) y que elabora una de las teorías más complejas y firmes sobre desarrollo socio-afectivo de nuestra especie.

   Bowlby se dedica a estudiar la influencia que tienen las experiencias tempranas  y el vínculo que desde el nacimiento se crea entre el bebé y su cuidador principal en el desarrollo evolutivo del ser humano.

¿Cuáles son las bases de su teoría?

   La primera relación vincular que establecemos al nacer es la que tenemos con nuestra madre, padre o cuidador principal. Para Bowlby, la conducta de apego era definida como “todas aquellas conductas de los bebés (llantos, sonrisas, caricias, balbuceos…) que están al servicio del mantenimiento de la proximidad y el contacto con las figuras de apego”.

   Para el autor, el apego va mucho más allá de una conducta meramente instintiva. Se trata de un comportamiento complejo que varía en función de numerosas variables y circunstancias como veremos más adelante.

¿Por qué busca un bebé estar cerca de su cuidador?

   Al contrario de lo que ocurre en el resto de especies animales, los seres humanos nacemos con un grado altísimo de inmadurez. Cuando nos asomamos al mundo,  aunque nuestro cerebro está ya constituido por todas y cada una de las neuronas que tendremos a lo largo de nuestra vida, no existen aún conexiones entre ellas, o lo que es lo mismo, no hay aún aprendizajes.

   La inmadurez con la que nacemos tiene dos claras consecuencias para nosotros: por un lado, nos hace dependientes de otros para mantenernos con vida; y por otro lado, esa gran plasticidad cerebral nos ofrece unas inmensas posibilidades para desplegar todo nuestro potencial.

   Por ello, para que un ser humano comience a desarrollarse y a crecer necesita indiscutiblemente ser estimulado y atendido por otro ser humano. Ese otro, en la mayoría de los casos será la madre o/y el padre de la criatura.

¿Qué necesita un bebé de quienes lo cuidan?

   Nadie cuestiona que un bebé, desde el momento en el que llega al mundo, necesita ser alimentado, hidratado, ayudado a dormir y bañado. Nadie discute, por tanto, acerca de las necesidades básicas de los bebés, o lo que es lo mismo, sobre los mínimos que hay que cumplir si queremos mantenerlos  a salvo.

   Sin embargo, no todo lo que necesita un bebé se encuentra recogido en el párrafo anterior. La necesidad más acuciante y entorno a la cual se vertebran las demás, es la de contar con un “otro” que esté siempre ahí. Que esté disponible de manera incondicional y que se muestre sensible hacia las necesidades del bebé. De entre ellas, la más grande que tiene el ser humano desde que nace, es la de saberse cuidado y protegido. Saberse querido.

¿Por qué es tan importante la relación de apego para cubrir estas necesidades?

   El vínculo con el cuidador principal es nuestro puente al mundo. A través de este lazo, aprendemos  a interpretar lo que nos rodea, a entender lo que nos pasa, a ponerle nombre a nuestras emociones y a regularlas. Aprendemos a comportarnos y a sentirnos de un modo determinado.

   A partir de esta relación, el niño comienza a desarrollar su propia identidad y a dibujar su autoestima. Comienza a elaborar un modo de entender las relaciones y desarrolla unas expectativas sobre lo que puede esperar de ellas.

¿Y cómo sucede esto?

    A partir de las relaciones que el niño tenga con sus principales figuras de apego, construirá una representación mental de sí mismo (quién soy yo) y de los demás (quiénes son los demás y qué puedo esperar de ellos). Es decir, interiorizará este modelo de apego, de modo que guiará su manera de interpretar y entender el mundo, tal y como explicábamos en el apartado anterior. Será esta representación mental la que guiará su conducta y le llevará a comportarse de un modo u otro.

    El modelo de apego será lo que les diga quiénes son y si son importantes para quienes se dedican a cuidarlo. Es de imaginar entonces, que sentará las bases de lo que será su autoconcepto (qué pienso y qué me digo de mí mismo) y de su autoestima (cuánto valor me doy, o para ser más simples, cuánto me quiero).

   Por tanto…

   En resumen, en función de la relación con nuestros cuidadores, tendremos una representación mental determinada de lo que es el mundo. Y esto finalmente se traducirá en un modelo de apego concreto, es decir, en un modo de relacionarnos y vincularnos a los demás durante el transcurso de nuestra vida.

¿Existen distintos modelos de apego?

   Si, existen distintos modelos de apego en tanto en cuanto existen muchas formas de relacionarlos.

   La variable más importante en esta díada cuidador-bebé es la reacción que aquel tenga ante los intentos de su hijo de buscar proximidad. Como veremos a continuación, son notables las diferencias entre los padres que reaccionan mostrándose disponibles y atentos, los que se muestran indiferentes o los que manifiestan una actitud de rechazo o desprecio.

¿Qué investigaciones respaldan la existencia de diferentes modelos de apego?

   Mary Ainsworth, (Ainsworth y Bell, 1970) desarrolla una situación experimental llamada» La Situación del Extraño», a través de la que analiza e investiga la relación existente entre estas conductas de apego y las conductas exploratorias del niño en un contexto de elevado estrés para el mismo. Consiste en una  situación de laboratorio que consta de ocho episodios con una duración de aproximadamente quince minutos para cada una de ellos. Observamos cómo una madre y su hijo juegan en una sala de juegos, a la que más tarde se incorporará una persona desconocida. Esta última comienza a jugar con el niño, y en ese momento la madre abandona la habitación. Pasados unos minutos la madre regresa, para finalmente volver a salir de la habitación con la desconocida, y dejando al niño absolutamente solo.

¿Qué resultados se obtiene a partir de la Situación del Extraño?

    En presencia de la madre, los niños mostraban más conductas de exploración. Eran capaces de jugar solos. Cada cierto tiempo, buscaban a su mamá con la mirada, se aseguraban de su presencia y continuaban jugando.

    Cuando la desconocida entraba en escena y pasaban a ser tres en la sala de juego, los niños inhibían un poco su conducta exploratoria y buscaban más a su madre (conducta de apego, búsqueda de proximidad).

   Cuando la madre salía de la habitación y el niño se quedaba solo con la desconocida, su exploración disminuía aún más y apenas jugaba.

¿Cómo se interpretan estos resultados?

   El estudio de La Situación Extraña pone de manifiesto cómo el niño utiliza a su madre como una base segura a partir de la que poder explorar cuanto tiene por delante. Su presencia lo calma y le da confianza, de modo que se siente seguro para descubrir cuanto tiene a su alcance (él solo), con la conciencia de que su madre está  cerca de él.

   Quedó claro también que cuando los niños percibían que la situación se volvía amenazante para ellos (aparecía la extraña y desaparecía su mamá) las conductas exploratorias disminuían y aumentaban las de apego (jugaban menos y buscaban más el contacto con sus madres) en búsqueda de seguridad.

   Por último, fue muy destacable también la reacción que tenían los niños cuando su madre regresaba a la situación de juego después de haberse marchado. En la mayoría de casos (apego seguro) los niños se mostraban contentos y afectuosos con su mamá.

¿De qué se da cuenta Mary Ainsworth?

    Descubre en los niños y en sus madres tres patrones conductuales distintos, que se corresponden con los tres tipos de apego que a continuación pasamos a explicar.

Modelo de apego seguro

    Cuando el padre o la madre se muestran sensibles a las necesidades del bebé y responden a su búsqueda de proximidad, mostrándose disponibles y atentos de forma constante e incondicional a dichas peticiones, se sientan las bases de un apego seguro.

   La creencia de que sus padres siempre están ahí para darle amor y mantenerlo a salvo, les permite sentirse libres para jugar solos y para explorar con confianza el mundo que los rodea.

   La ecuación está clara: cuanto más responden los cuidadores a las necesidades del bebé y más afecto le transmiten, más seguro, autónomo e independiente se desarrollará éste.

   Tal y como adelantamos antes, estos son los niños que además responden con afecto y búsqueda de contacto cuando su madre regresa a la escena de la situación de laboratorio.

    La creencia del niño de que siempre tendrá, pase lo que pase, un puerto seguro al que regresar, le da las herramientas y los recursos para experimentar y crecer sin miedo.

https://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1139-76322019000100020

Modelo de apego inseguro-evitativo

   Cuando el padre o la madre se muestran poco sensibles a las necesidades del bebé y manifiestan indiferencia e incluso rechazo hacia los intentos de éste por buscar proximidad y cercanía, se constituye el perfecto caldo de cultivo para el desarrollo de un apego inseguro-evitativo.

   Si el cuidador principal manifiesta poca sensibilidad hacia los intentos del niño de vincularse a él, éste aprende que no es una base de seguridad. No tiene desde donde explorar con confianza ni un refugio al que volver. Estos padres simplemente “no están”.

    Como consecuencia, estos niños se comportan de modo bastante independiente en la Situación del Extraño. No buscan a sus madres ni comprueban si están o no presentes. Cuando abandonan la habitación, muestran indiferencia hacia su marcha y cuando sus madres regresan pueden seguir mostrando indiferencia o conductas de rechazo (enfado, rabieta…).

   Mary Ainsworth descubrió que la conducta de estos niños era similar a la de aquellos que habían vivido separaciones muy dolorosas. Para la autora, han comprendido que no puede contar con el apoyo ni el sostén de sus madres, y de ahí que en la situación de laboratorio, ni siquiera las intenten buscar.

Modelo de apego inseguro-ambivalente

    Cuando responder al bebé y darle afecto se convierte en algo que a veces se da, y otras no, se crea una situación de permanente incertidumbre, que deja a los niños en una situación de gran vulnerabilidad y que los carga de inseguridad.

   Estos niños se sentían tan inseguros por cómo responderían sus madres, que apenas jugaban y exploraban a pesar de que ellas estuvieran.

   Cuando abandonaban la habitación, lloraban desconsolados por su ausencia. Y cuando regresaban, eran ellos mismos los que también se mostraban ambivalentes, buscándolas y rechazándolas al mismo tiempo.

   Las madres de los niños con este tipo de apego pueden mostrarse sensibles, cariñosas y atentas en algunas situaciones, y terriblemente frías y distantes en otras. Para unos niños a los que les es imposible predecir cuál será el comportamiento de sus mamás, el mundo se convierte en un lugar bastante amenazante. ¿Quién se animaría a explorar un rato solo así, si no saben si cuando las necesiten ellas van a responder?

   Además, otro aspecto que conviene destacar es que estas madres solían interferir en la conducta exploratoria de los niños cada vez que estos trataban de explorar y jugar solos. Es decir, los pocos intentos que ellos hacían les eran bloqueados. Esto es algo muy importante, ya que genera la base para una relación de dependencia entre el niño y su madre.

Modelo de apego inseguro desorganizado/desorientado

   Este cuarto y último modelo recoge a aquellos niños que muestran los niveles más elevados de inseguridad y que tienen características de los dos grupos anteriores de apego inseguro.

   El comportamiento de estos niños es bastante caótico y puede llegar a resultar incomprensible. Cuando se reencuentran con sus madres, pueden manifestar conductas confusas, contradictorias y extrañas. En ocasiones, realizan movimientos estereotipados, con poco o ningún sentido.

   Pueden pasar de un estado a otro de manera bastante impredecible. A saber, pueden mostrarse tranquilos y pasar a llorar enérgicamente un segundo después.

¿Qué importancia tiene el modelo de apego en nuestro desarrollo afectivo y social?

   Decía Bowlby que el modelo de apego irá con nosotros “desde la cuna hasta la tumba”. Explicaba que los efectos de este primer vínculo son tan intensos que podía impregnar cada paso de nuestro desarrollo.

    Si algo sabemos hoy, es que esta teoría, lejos de perder validez, no ha hecho más que confirmarse con el paso del tiempo y a través de los distintos estudios en los que se ha puesto a prueba.

   Feeney y Noller, comprobaron por ejemplo, la importancia del apego para el establecimiento de relaciones amorosas en la vida adulta. Descubrieron  así que los sujetos que tenían una mejor historia de apego con más probabilidad mantenían relaciones afectivas más estables, satisfactorias y seguras.

¿A qué preguntas responde nuestra historia de apego?

    En términos generales, nuestra historia de apego coloca los cimientos de la confianza que iremos depositando en los demás y en nosotros mismos:

¿Estarán los demás cuando los necesite?

¿Me merezco que estén?

¿Soy valioso e importante?

¿Puedo contar con alguien?

¿Es el mundo un lugar hostil o un lugar en el que encontrar consuelo?

¿Soy querido?

¿De qué modo he aprendido a querer?

¿Cómo he aprendido que tengo que relacionarme?

¿Creo que el cariño debe darse siempre o solo a veces?

¿Determinará nuestra historia de apego nuestro paso por el mundo?

   Después de todo lo que hemos leído no debe resultarnos sorprendente la influencia de este primer vínculo en el resto de nuestra vida. Pareciera que está enraizado en nosotros con tanta fuerza, que fuera imposible escapar de él.

   Sin embargo, esto no es del todo así. El patrón de apego no es fijo ni inmutable, y por suerte, hay situaciones transformadoras que pueden darle un giro a todo.

   La experiencia de la paternidad/maternidad y la de una relación afectiva sana que se aleje de los patrones disfuncionales de un apego inseguro, pueden resultar tremendamente sanadoras si hacemos el trabajo psicológico de reelaborar nuestro modelo interno.

   ¿Sabes tú qué modelo de apego llevas contigo?

Duelo Gestacional: afrontar la muerte cuando esperamos la vida

¿Qué es el duelo perinatal?

   El duelo perinatal es aquel que se produce tras la pérdida de un bebé, ya sea durante el embarazo, al dar a luz, o en los primeros días después del parto.

   Actualmente se acepta la definición de la OMS: “Aquella que ocurre tras la semana 22 de gestación (154 días)  y los 7 días primeros días del bebé”.

   Si bien es aceptada dicha descripción, esta no recoge ni refleja en toda su amplitud la gran variabilidad de casos que nos encontramos cuando se trata de la pérdida de un bebé. El sufrimiento no es cuantificable. El dolor que atraviesan unos padres por la pérdida de su bebé y del futuro que habían proyectado con él, no puede ceñirse a un periodo concreto de tiempo. A saber, un duelo en la semana 20 puede vivirse con la misma o mayor intensidad que aquel que ocurre en la semana 22. https://www.calmapsi.es/duelo-perinatal-haciendo-visible-lo-invisible/

¿En qué se parece el duelo perinatal a otras pérdidas?

   Cuando perdemos a un ser querido nos colocamos frente al  vacío de la vida sin esa persona. Necesitamos asimilar la pérdida, atravesar el dolor de su ausencia e integrarla en nuestra vida.

   Se trata de un proceso que nos lleva a “cerrar una etapa” y comenzar otra: hasta aquí la vida contigo y ahora comienza la vida sin ti.

   A veces tardamos en comenzar nuestro duelo porque aterra la idea de romper con ese mundo anterior para siempre. La muerte no tiene retorno y nosotros lo sabemos.

   Cuando perdemos a nuestro bebé, el proceso psicológico de duelo que tenemos que transitar, es prácticamente en mismo.

¿En qué se diferencia el duelo perinatal de otras pérdidas? 

   Esperar vida y encontrarnos con la muerte es la paradoja más dolorosa a la que nos tenemos que enfrentar en el duelo perinatal.

    Mientras esperamos el nacimiento de una nueva vida, construimos deseos y expectativas. Nos proyectamos a nosotros mismos en un mundo distinto, en el que vamos a comenzar a ser padres y madres. Un mundo que va a cambiar nuestro sistema familiar y hasta nuestra propia identidad.

   Llenamos nuestra cabeza de imágenes de lo que será y lo que seremos nosotros en ese nuevo mundo que se está empezando a armar. Por eso, la pérdida de un bebé es también la pérdida de un mundo posible que ya estaba empezando a tomar forma en nuestra cabeza.

¿Hay silencio alrededor del duelo perinatal?

   Vivimos en una sociedad que niega el dolor y que con frecuencia trata de borrar las mal llamadas “emociones negativas”. Nos desarrollamos en un mundo que intenta ocultar el sufrimiento. La angustia no resulta atractiva, no vende, no nos sirve.

   En el caso del duelo perinatal, incluso nuestro sistema sanitario tiende a silenciarlo.

   Cuando cancelamos el dolor y lo invisibilizamos, solo conseguimos hacerlo más grande. Y cuanto más grande se vuelve, más difícil es de manejar y de soportar.

¿Por qué tratamos de silenciar la pérdida de un bebé?

    Cargamos a nuestras espaldas con la idea errónea de que si no hablamos sobre algo, ese algo no habrá ocurrido. Y si no ha sucedido, entonces tampoco habrá dolor.

   Se trata al fin y al cabo, de un mecanismo para defendernos y protegernos de aquello que nos angustia y nos resulta complicado manejar.

    Cuando pensamos que no podemos gestionar algo, tratamos de esquivarlo. Pero la vida no se puede esquivar.https://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0211-57352011000100005

¿Qué efecto tiene mantener este silencio?

   Al silenciar estas pérdidas, intentamos que el malestar no nos alcance. Pero lamentablemente, no existen atajos para transitar un duelo. El dolor hay que atravesarlo. De lo contrario, él será quien nos atraviese.

   Negar la existencia de nuestro sufrimiento no lo hará desaparecer.

   La negación de lo ocurrido nos lleva a la invalidación de las emociones que lo acompañan, y esto sin duda, dificulta aún más el duelo.

¿Qué ocurre cuando rompemos el silencio?

   Cuando rompemos el silencio le damos espacio al dolor. Nuestro sufrimiento es legítimo y real, y por tanto merece ser reconocido y validado.

   Solo cuando reconocemos el dolor del otro, podemos acompañarlo. Solo cuando nos reconocen nuestro sufrimiento, podemos ser acompañados y consolados.

   Ante una pérdida perinatal, tenemos derecho a ser reconocidos como madres y padres. Tenemos derecho a que nuestro bebé sea reconocido como tal.

   El sufrimiento es una vivencia personal. No es cuestionable.

¿Hay algo que nos ayude a iniciar el trabajo de duelo?

    Realizar rituales de despedida y compartir la experiencia con los demás ayuda a iniciar el duelo y a facilitar la asimilación de la pérdida.

¿Qué ocurre cuando compartimos lo que nos ha sucedido?

   Estar acompañados y poder expresar cómo nos sentimos contribuye a visibilizar el dolor que atravesamos y nos deja obtener consuelo. Al compartirlo, lo sacamos de la esfera privada y lo convertimos en la realidad social que también supone. Al hacer a los demás partícipes de nuestra pérdida, conseguimos validarnos a nosotros mismos como padres y a nuestro bebé como el hijo que esperábamos ver crecer.

 ¿Por qué son importantes los rituales?

    Los ritos nos ayudan a integrar la pérdida y a facilitar su asimilación. Nos colocan en el punto de partida que permite iniciar el duelo perinatal. Esto es así porque contribuyen a materializar la pérdida. Ofrecen un espacio para visibilizarla, y al hacer esto la convierte en real. https://www.funespana.es/rituales-duelo-perinatal/

¿Qué suponen para nosotros?

    A nivel simbólico, el luto nos prepara para abandonar una etapa y embarcarnos en otra. Y es precisamente esta idea de “cerrar una etapa” lo que supone un mayor esfuerzo psicológico. Asimilar el fallecimiento de un bebé supone integrar una serie de duelos cotidianos por todo aquello que iba a ser y ya no será. Despedirnos de un bebé es despedirnos de unas esperanzas, unos deseos y unas expectativas de vida. Es despedirnos de nuestra propia visión como padres y madres y de los sueños que tejemos en torno a esa idea.

¿Cuándo nos despediremos de nuestro bebé?

   Como acabamos de ver, decirle adiós a nuestro bebé es mucho más que eso y no es fácil dar el paso de comenzar el ritual funerario. Muchos padres necesitan hacerlo de forma inmediata. Otros sin embargo, no se sienten preparados en medio de una tristeza que al principio puede inundarlo todo. Y otros, por diversos motivos, como puede ser una hospitalización tras el parto, se ven obligados a postergarlo.

   Los tiempos solo pueden marcarlos aquellos que han sufrido la pérdida.  Nadie puede transitar por ellos la pérdida.

¿Por qué se silencian los rituales para afrontar de la muerte de un bebé?

    Si la muerte perinatal está silenciada, también lo está todo lo que rodea el hecho de transitar el duelo. Si lo que no se nombra no existe, lo que no se ve tampoco. La capacidad del ser humano para mirar hacia otro lado puede llegar a ser impresionante. Nos protegemos del dolor negándolo y  como ya hemos visto, esto solo lo multiplica y nos estanca en él.

    No es extraño ver a una madre que necesita mecer, acunar y besar a su bebé que acaba de fallecer tras el parto. No es macabro, no está fuera de lugar. Es su bebé y tiene derecho a reconocerlo como tal. A darle el espacio que ya ocupaba en su imaginario, y a validarse ella también como la madre que es.

¿Hay algunos rituales mejores que otros?

   El duelo es personal y nos habla de cómo es y qué necesita quien lo está transitando. Si la vivencia de nuestro sufrimiento es única, entonces también lo será el modo que elijamos para iniciar la despedida de nuestro bebé. No hay fórmulas mágicas ni actos apropiados o inapropiados. Si nos sirve para integrar el dolor y comenzar a andar la pérdida, es válido. Somos nosotros los únicos que sabemos cómo necesitamos despedirnos.

¿Alguna ayuda o recomendación?

    Meter todos aquellos objetos relacionados o que nos recuerden a nuestro bebé en una cajita, puede ayudarnos a darle un lugar y un espacio físico a todo que sentimos. Podemos visitar los recuerdos de la cajita cada vez que lo necesitemos. Cualquier cosa que nos ayude puede convertirse en un lugar de recogimiento y contacto con lo que hemos perdido.

¿Qué tenemos que tener claro?

   -La pérdida de un bebé es tan importante y legítima como cualquier otra.

   -Tenemos que atravesar el dolor y mirarlo de frente.

   -Nos ayuda poder compartir la experiencia y dejarnos acompañar.

   -Tenemos que transitar un duelo y que los rituales nos pueden ayudar mucho a iniciar nuestro proceso.

   -Tenemos derecho a validarnos como los padres y las madres que somos.

   -Si sentimos que pasa el tiempo y el dolor nos inunda y no nos deja avanzar, podemos pedir ayuda. Todos necesitamos ser acompañados. Aquí estamos para no soltarte la mano.

 

 

 

Cerebro materno y matrescencia

Cerebro materno

¿Qué sucede dentro de nosotras cuando nos convertimos en madres?

   La antropología ha querido responder a esta pregunta para dar sentido a las innumerables transformaciones psico-físicas que atravesamos desde que nos quedamos embarazadas hasta que finalmente nos convertimos en madres y cuyos efectos persisten a lo largo del tiempo.

   Un torbellino de cambios hormonales, físicos, cerebrales y emocionales se instala en nosotras, generando a su vez una metamorfosis en nuestra identidad, nuestra más profunda esencia, y en la relación que tenemos con el entorno que nos rodea.

   La primera vez que se usó el término matrescencia fue de la mano de Aurelie Athan, quién en 2008 lo acuñó para referirse a la honda transformación que tiene lugar en nosotras cuando comenzamos a gestar vida.

¿A qué otro periodo vital nos recuerda la Matrescencia?

   Al poner el foco en la adolescencia, se hace patente el aluvión de cambios hormonales, físicos y cerebrales a los que los jóvenes se ven expuestos. Unos cambios que los enfrentan con la construcción de una nueva identidad, con la transición al mundo de los adultos y con el abandono de la niñez. Nuevos roles, nuevas necesidades, nuevos deseos y nuevas expectativas lo invaden todo.

   No parece muy distinto al terremoto que comenzamos a vivir cuando nos quedamos embarazadas. Al fin y al cabo, en ambos casos nos encontramos ante un nuevo mundo con sus nuevas reglas, y esto requiere, como no puede ser de otro modo, de un periodo de adaptación y crecimiento.

¿Tienen estos cambios impacto a nivel cerebral?

   La respuesta es clara: sí.

   Los cambios cerebrales que se disparan en la adolescencia han sido estudiados, confirmados y replicados en numerosos estudios.

   Hasta hace apenas unos años casi nada se sabía del cerebro de las embarazadas. Hoy, gracias a algunos estudios, se hace evidente: el embarazo transforma irremediable e irreversiblemente el cerebro.

    Cuando nos quedamos embarazadas sucede en nosotras algo similar a lo que ocurre cuando un árbol es podado, que se vuelve más fuerte y vigoroso tras desechar sus ramas más débiles y frágiles.

   En los seres humanos, este proceso se conoce como poda neuronal y va a implicar que algunas de nuestras regiones y circuitos cerebrales se especialicen, perfeccionen y maduren.

    Esta poda sináptica funciona como un árbol, de modo que nos permite eliminar las sinapsis (conexiones neuronales) más débiles y fortalecer las más relevantes. La consecuencia inmediata es que el procesamiento de la información se vuelve más maduro y eficiente.

¿Existe relación entre la carga hormonal y los cambios cerebrales?

   El estudio capitaneado por la psicóloga e investigadora en neurociencia Susana Carmona, demostró que tanto en el embarazo y como en la adolescencia se generan cambios cerebrales de características similares en el manto cortical.

“Pregnancy and adolescence entail similar neuroanatomical adaptations: A comparative analysis of cerebral morphometric changes”. Carmona et al. 2019.

   Para comprender el estudio de Susana Carmona hemos de tener en cuenta que los niveles hormonales a los que las mujeres estamos expuestas durante el embarazo son significativamente superiores a los niveles promedio del resto de nuestra vida. Buena cuenta de ello dan los estrógenos, que aumentan de tal modo durante el proceso de embarazo que en esas 40 semanas de gestación superan a los que de media producirá una mujer no embarazada durante toda su vida.

    El único periodo vital en el que también se da este impactante aumento hormonal es la adolescencia, etapa en la que hay muestras evidentes de poda neuronal, y por lo tanto de especialización y maduración cerebral.

   Es precisamente el hecho de que estas hormonas tengan capacidad para modificar la estructura y función cerebral, lo que ha llevado a relacionarlas con la poda sináptica presente en ambas etapas vitales.

    Por otro lado, el estudio sugiere también que las hormonas son responsables de un notable aumento de la neuroplasticidad. Este supuesto reviste gran importancia porque abre toda una línea de investigación sobre el posible papel de las hormonas en la aparición de trastornos mentales cuya prevalencia aumenta significativamente tanto en la adolescencia como en la matrescencia.

https://mubesfisioterapia.com/parto-traumatico/

¿Qué significado tiene esta modificación cerebral?

   Las modificaciones que se dan a nivel estructural y funcional en nuestro cerebro durante el embarazo suponen el mayor cambio neurobiológico de la vida adulta.

   Sin embargo, este proceso sigue siendo tan sumamente desconocido que se tiende a patologizar gran parte de la conducta materna, especialmente en el posparto.  El sobrediagnóstico de depresión posparto es un buen ejemplo de ello.

    Resulta revelador entender que gran parte del desconcierto que sentimos al convertirnos en madres, de la confusión, de la fragmentación de la identidad y de nuestras ambivalencias y contradicciones, están enraizadas en estos cambios cerebrales.

    ¿Cómo sentirse igual cuando nuestro cerebro materno se está reestructurando y preparándose para dar vida y criar? Es necesario adaptarse a lo que supone una drástica modificación cerebral. Si nuestro cerebro muta, nosotras mutamos.

¿Para qué sirven estos cambios cerebrales?

    El cerebro materno se prepara para atender al bebé, para cuidarlo, atenderlo y protegerlo. Para percibir cada uno de los comportamientos de la cría y descifrarlos de modo que podamos responder a ellos.

   Después del parto, el volumen de materia gris cerebral cambia drásticamente, sobre todo en las áreas cerebrales relacionadas con los procesos sociales y la percepción de emociones y estados mentales.

   Es habitual, por ejemplo, que estemos alertas a cualquier señal del bebé, como a la respiración nocturna durante las primeras semanas de vida. Esta conducta de hipervigilancia obedece al más puro instinto de supervivencia.

   Es sencillo: nuestro cerebro se vuelve más complejo para hacernos cargo de una vida que está, literalmente, en nuestras manos.

¿Qué relación tienen los cambios en el cerebro materno con los malestares emocionales en el posparto?

   La transición a la maternidad es un proceso complejo e intenso. Hemos podido comprobar cómo el cerebro se transforma para acoger a una nueva vida. Estos cambios no pueden ser inocuos, y esto es quizás, lo que urge que entendamos.

   Transitar la maternidad, con un cerebro que se está recolocando y unas hormonas que están multiplicándose, nos deja en muchas ocasiones, un poso de malestar que a veces no sabemos gestionar. No entendemos porqué estamos tristes o porqué nuestros primeros meses como mamá no nos están dejando ser todo lo felices que esperábamos ser.

¿Se trata de un proceso normal o patológico?

   Que nuestro cerebro se prepare para cuidar a nuestro bebé y nos sintamos extrañas, raras, tristes o incluso vacías en ese camino, es a todas luces, parte de un proceso normal. Que sintamos que nuestra identidad se ha fragmentado y que nos cueste tejer hilos con las que éramos antes del parto es el reflejo natural de lo que supone la matrescencia. Un cerebro que nos prepara para enfocarnos por completo en nuestro bebé, exige tiempo de adaptación, de duelo por la parte de nosotras mismas que dejamos un tiempo en pausa, y de recuperación por el renacimiento que vivimos cuando conectamos por fin la que éramos con la que somos.

   La cuestión es que este proceso se ha patologizado desde la sociedad y las instituciones sanitarias, convirtiendo en enfermedad (Depresión Posparto como cuadro clínico) lo que es mera adaptación a una nueva etapa vital, que exige que nosotras nos transformemos para renacer en quienes ahora somos.

¿Qué necesitamos?

   Que se estudie, se reconozca y se entienda que la matrescencia ha de ser contemplada en toda su inmensidad y complejidad como se hace con la adolescencia.

   Que se acepte y se valore como la transición vital más importante y significativa de la vida adulta, que nos coloca a todas ante la ardua tarea de rehacernos desde los cimientos.

   No tienes que llegar a enfermar para pedir ayuda.La transición a la maternidad puede llegar a ser muy compleja. ¿Te acompañamos y la transitamos juntas?